LOS ANIMALES SON `ANIMALES´, Y PRECISAMENTE POR ELLO NO PUEDEN EQUIPARARSE A LOS HUMANOS

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AFIRMAR QUE “los animales son animales” no parece desde luego un razonamiento muy elaborado. Tal vez lo más interesante de esta forma arcaica de plantear las cosas es que presume por defecto que nosotros, los seres humanos, no somos animales; lo cual constituye todo un desafío a la biología moderna. Resulta obvio que el planteamiento se apoya en una de las variantes que existen del término animal (podríamos denominarla “versión cultural”), convirtiéndola en equivalente a animal no humano. Sin embargo, desde un punto de vista fisiológico y evolutivo, no existe duda alguna de que una tortuga (o un cordero, o una gallina, o un escarabajo pelotero, o un arenque) es tan animal como pueda serlo usted mismo. Asociaríamos esta segunda versión con el epígrafe de “biológica”.

INCLUSO ACEPTANDO la equivalencia terminológica entre ambas palabras (animal = animal no humano), y en referencia al supuesto teórico de que “los animales no puedan equipararse a los seres humanos”, lo cierto es que sí puede establecerse tal equiparación en multitud de aspectos. Ellos y nosotros necesitamos alimentarnos, poseemos sistemas sensoriales para comunicarnos con el entorno, nos reproducimos, poseemos una vida finita, un sistema celular en lo fundamental idéntico, etcétera. La lista de similitudes resulta interminable, y su peso específico extraordinario. Parece razonable solicitar a quien formula una premisa tan contundente como la enunciada en la cabecera que aclare a qué aspectos se refiere cuando niega semejanzas entre grupos zoológicos ya de por sí heterogéneos.

PERO ES QUE, ADEMÁS, de todos es sabido que multitud de especies animales nos superan con creces en cuestiones como la velocidad, la capacidad de supervivencia, o respecto a determinados sentidos sensoriales, solo por citar algunas características relevantes. Sin embargo, estas particularidades no parecen ser tenidas en cuenta por los defensores del planteamiento que aquí se analiza. De la misma forma que nos colocamos por encima en cuanto nos vemos “superiores” en según qué realidades, sería justo que les concediéramos ciertas prebendas (quedaría por consensuar cuáles) cuando sucede lo contrario. Pero parece que no estamos dispuestos a asumir obligaciones morales para con ellos, y sí en acaparar derechos para nosotros. Este extremo revela de alguna forma que el argumento se apoya más en una creencia dogmática –sazonada de grandes dosis de egoísmo– que en la idea de justicia y de compromiso ético.

ES EN CUALQUIER CASO un hecho (léase presunción) el que destaca sobre todos los demás a la hora de debatir sobre este punto. Con frecuencia se comete el error de presuponer sin más que todos los animales son iguales entre ellos, por un lado, y que somos idénticos al mismo tiempo todos los seres humanos, por otro. Se establece así una especie de fosa invisible pero profunda entre ambos colectivos, al tiempo que se dota a la idea de su correspondiente tabú para franquear la barrera referida. No obstante, la verdad desnuda nos demuestra que el colectivo zoológico al que denominamos animales es extraordinariamente dispar, como lo es de hecho también el grupo humano. Solo algunos animales vuelan, solo algunos reptan, solo algunos nadan. Pero todos son animales al cien por cien. Y lo mismo cabe decir de la comunidad formada por hombres y mujeres, en la que todos sin exclusión somos humanos, aunque no todos somos artistas, políticos, deportistas, o reponedores de supermercado. Es la disparidad casuística la que hace poco recomendable realizar sentencias generalistas para grupos tan heterogéneos en cuanto a las características individuales de sus miembros.

BASAR TODA UNA ARGUMENTACIÓN (que además deriva en gravísimas consecuencias para los miembros de uno de los grupos) en una forma tan reduccionista de ver las cosas no parece, desde luego, deseable. En realidad, toda la estructura argumental del planteamiento está cimentada sobre una premisa falsa, puesto que son factores como la edad, el sexo o la capacidad individual los que nos convierten a humanos y animales en seres particulares y únicos, con características propias, sin que la cuestión de la especie a la que se pertenece aporte demasiado al debate.

LO CIERTO ES QUE no puede asumirse con garantías ninguna afirmación genérica y sólida sobre conjuntos biológicos tan dispares como el humano o el animal (etiquetemos a este último si nos place como “la comunidad de animales no humanos”), de la misma manera que no podemos hacerlo con otras combinaciones biológicas: hombres vs. mujeres, ancianos vs. niños o blancos vs. negros. El grupo zoológico conformado por los “humanos varones” no puede atribuirse el derecho a causar daño y discriminar a los “humanos hembras” por la trivial razón de no estos pertenecen al primer conjunto. Ya sabemos que tal estructura mental recibe el nombre de sexismo, y se muestra como una ideología tan injusta como aquella que en la práctica pudiera discriminar a los humanos blancos respecto de los negros en cuestiones que tengan que ver con el disfrute de derechos básicos, como los concernientes a la vida o la integridad física, entre otros. El racismo se construye sobre la idea de que poseer una tez de determinado color es motivo suficiente para condenar a quienes tengan otra tonalidad epidérmica a un amplio listado de discriminaciones sociales.

AUNQUE PUEDA RESULTAR INCÓMODO para nuestra arrogancia, lo cierto es que establecer una abismo entre todo el grueso de animales y el de seres humanos responde más bien a la obsesión ancestral de mantener ambos colectivos convenientemente alejados en nuestro sistema de valores (la “fosa abismal”), con el poco honesto fin de que no interfieran demasiado en nuestra moral, permitiendo así su utilización en multitud de facetas cotidianas sin que ello nos cree ningún conflicto moral serio.

 

FUENTE >>tu tambien eres un animal 2


 

 

 

 

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