ES UNA OFENSA PREOCUPARSE POR LOS ANIMALES MIENTRAS LOS HUMANOS PADECEN TANTAS DESGRACIAS

familia hipo

 

ESTE PLANTEAMIENTO PRESUPONE por defecto que existe una suerte de incompatibilidad natural entre las diferentes formas de solidaridad, de tal manera que una imposibilita otra. Por suerte, cuestiones como la compasión y la empatía son ilimitadas, de tal manera que siempre podemos asumir una causa más sin que necesariamente se resientan las anteriores. A nadie se le ocurriría reprochar su dedicación solidaria a quien se ocupa de los niños pobres “cuando existen tantos adultos necesitados”, o afear la conducta a aquellas personas que condenan la violencia doméstica en Europa, “cuando dicho fenómeno es mucho más virulento en Bangladesh”. Esta forma de plantear las cosas (recurriendo a ejemplos donde los protagonistas son humanos) suele provocar en la mayoría de la gente desasosiego, cuando no directamente indignación, sin percatarse de que sigue la misma ruta argumental que la planteada en la cabecera. Y, además, no suele apreciarse el hecho de que lo único que se pretende al recurrir a ejemplos con humanos es hacer comprender que la extensión de valores como el respeto o la compasión al mayor número posible de seres es en sí mismo extraordinario para ellos, y no demasiado malo para nosotros.

LA MACHACONA LÓGICA ARGUMENTAL del “hay cosas peores” merece una reflexión aparte, por cuanto que no se aportan datos concluyentes sobre por qué una situación dada es peor que otra. Es obvio que no todo el mundo piensa igual respecto a un mismo hecho, puesto que los intereses personales y la escala de valores con los que funcionamos varían de manera ostensible no solo de unas culturas a otras, sino de unos individuos a otros dentro de una misma comunidad social. La sola intuición emocional no es suficiente para concluir que matar a una persona es mucho peor –o simplemente peor– que matar a un toro. Habrán de valorarse igualmente factores como la culpabilidad del sacrificado, grado de sufrimiento de cada uno, consecuencia de la acción, o si los protagonistas desempeñan papeles de víctima o de verdugo.

PERO, POR ENCIMA DE cualquier otra consideración, debería resultarnos evidente que una determinada realidad no es buena o mala en función de que existan otras peores o mejores, sino en consonancia con las características que concurren en la misma. En todo caso, siempre cabe aceptar la hipótesis hasta sus últimas consecuencias, enzarzándonos así en una espiral absurda que legitimaría cualquier cosa por macabra que fuese, con la sola condición de que identificásemos algo en rigor más dañino. El comodín del “hay cosas peores” no justifica nada, y es en realidad una estrategia discursiva para distraer la atención del verdadero fondo del problema.

RESULTA CUANDO MENOS ilustrativo (o tal vez no tanto) que aquellos que se apoyan en este argumento huraño no dudan en ir al servicio de urgencias si se fracturan un brazo o una pierna, sin tener en cuenta que un sinnúmero de personas en el mundo tiene padecimientos muy superiores al suyo. ¿Cómo se sentirían si el médico que les atiende les reprochase sus quejidos por no haber calibrado las terribles desgracias que sufre la Humanidad, sin duda muchísimo peores, o sencillamente la del accidentado que en la sala contigua se retuerce de dolor por un politraumatismo torácico? Además, tengamos en cuenta que se establece en este caso un ejemplo donde los hechos se muestran accidentales, y no son por ello provocados por ningún agente consciente, a diferencia de lo que sucede con la agresión a los animales, cuyos ejecutores sí conocen los efectos de sus decisiones.

POR CIERTO… ¿existen “realidades más importantes” que la violencia institucionalizada que ejercemos a diario sobre los animales? Creo que no es así. Si echamos un vistazo a las consecuencias reales de nuestro comportamiento, comprobaremos horrorizados que la explotación animal constituye con mucho la actividad más lesiva de entre cuantas se nos puedan achacar. No se trata de aportar una sentencia efectista al debate, sino de sopesar con rigor los efectos de nuestra conducta. A ningún otro comportamiento conocido pasado o presente se le puede atribuir que acabe o haya acabado con la vida de varios miles de individuos cada segundo, ni que la experiencia de estos sea tan miserable que la misma muerte supone en la práctica una verdadera liberación. Se mire como se mire, jamás ha tenido lugar un escenario tan devastador como el que caracteriza al manejo y la explotación de los animales en la actualidad. Y quien opine de otra forma deberá aportar al debate algo más que el marchamo de “humano” de las víctimas. Así pues, y ante la hipotética y sin embargo turbadora necesidad de tener que optar por un único área de militancia solidaria, deberíamos elegir sin apenas titubeos la causa animalista, por ser esta la que presenta peores resultados, con lo que su desaparición también supondría el mayor cambio en positivo. Por fortuna, tal conjetura queda en el terreno de las suposiciones, ya que la vida diaria nos demuestra cuán fácil resulta compatibilizar acciones solidarias de distinto signo.

PUES SÍ: dadas las características y las consecuencias de la agresión que sufren a diario, la preocupación moral por los animales es una de las cosas más serias que pueden asumirse en esta sociedad, realidad que ha sido afortunada y perfectamente captada por un número cada vez mayor de personas.

 

FUENTE >>tu tambien eres un animal 2


 

 

 

 

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