POR DESGRACIA, tenemos que rendirnos a la evidencia de que en la sociedad actual la gente que se preocupa por algo que no le reporte un beneficio palpable e inmediato se ha convertido en un ejemplo cuando menos “estadísticamente extraño”. Es lo que tiene el altruismo: que no suele enriquecer a quien lo practica. Con todo, resulta muy preocupante que una parte significativa de la sociedad en la que vivimos observe una mayor predisposición a criticar a los animalistas (que condenan la agresión innecesaria y masiva a seres inocentes) que al grueso de gente que no mueve un dedo por nadie. Pero así son las cosas, y por esa precisa razón hay que combatirlas.
SUBSIDIARIAMENTE, del planteamiento parece desprenderse algo así como que el mero hecho de estar sensibilizado con el sufrimiento animal te inhabilita para otras formas de solidaridad. Cuesta creer que tal afirmación pueda plantearse con seriedad, pero todo apunta a que en efecto así es. Quienes defienden esta hipótesis parecen desconocer por completo que la mayoría de los animalistas no nacen con esta condición. Muy al contrario, han sido educados en los mismos valores de desprecio hacia el sufrimiento no humano que la mayoría. Salvo algunas excepciones, su ética inicial no ha ido más allá que la de cualquier otro ciudadano o ciudadana estándar. De hecho, es muy significativo el dato que revela que un número importante de personas entre las que militan en el Movimiento de Defensa Animal proviene de causas humanitarias, y muchas de ellas siguen compatibilizando de forma activa y con absoluta naturalidad ambas realidades. Lo único que han hecho es ampliar sus horizontes morales (que hasta un momento dado acababan en la frontera de la comunidad humana) para abarcar también las injusticias que se cometen con los animales. Suponer que respetar a los animales (y luchar para que otros los respeten) debilita la sensibilidad hacia los humanos es un argumento tan primario como creer que abogar por los derechos de los niños te inhabilita éticamente para preocuparte por los ancianos, o asumir que no pueden compartirse con naturalidad y eficacia la compasión por las mujeres y por los hombres.