EN CUALQUIER CASO, NUESTROS DERECHOS SIEMPRE PREVALECERAN SOBRE LOS SUYOS

en cualquier caso

 

PLANTEADO DE ESTA MANERA, puede parecer que estamos hablando de situaciones límite en las que haya que optar por nuestra vida o la suya. Pienso en una especie de naufragio masivo en alta mar, o alguna catástrofe natural como una erupción volcánica o un corrimiento de tierras. Tales circunstancias no suelen darse con frecuencia en nuestra relación cotidiana con los animales, y en todo caso estaríamos ante la típica situación en la que sería comprensible causar daño no sólo a un animal, sino a un ser humano, con tal de defender nuestros intereses primarios o los de los miembros de nuestro entorno afectivo. La legítima defensa siempre es un eximente a la hora de tomar según qué decisiones, incluso en aquellos casos con resultado de muerte, dejando también aquí a un lado la especie biológica a la que pertenezca la desdichada víctima. El planteamiento recuerda por otra parte al famoso grito de ¡las mujeres y los niños primero! con el que en determinadas situaciones complicadas trata de contrarrestarse la natural inferioridad física de unas y otros. Siendo así, y comprobada la vulnerabilidad extrema que sufren los animales en nuestra sociedad, hasta sería un detalle y un acto de pura justicia por nuestra parte hacerles un hueco en el bote salvavidas.  

PERO LO CIERTO ES QUE la práctica totalidad de las situaciones en las que agredimos a los demás animales no pertenecen al apartado de “accidentes”, sino que se trata de casos de violencia deliberada, unilateral, masiva y gratuita, y muchas veces incluso institucionalizada. Deliberada porque somos plenamente conscientes del hecho y de sus consecuencias. Unilateral porque con ello no tratamos de repeler un ataque, sino de obtener un beneficio prescindible. Masiva porque afecta a un número extraordinario de individuos. Gratuita porque nuestras vidas podrían ser plenas y satisfactorias sin recurrir a la explotación de los animales. E institucionalizada porque se ejerce a menudo con el beneplácito y el necesario apoyo logístico de la administración.

ADEMÁS, CONVIENE RECORDAR QUE, cuando hablamos de derechos, no todos pueden ser considerados de primer orden. El derecho a la vida y a la integridad física están desde luego por encima del derecho a presenciar un espectáculo teatral previo paso por taquilla. Los primeros serían derechos básicos, mientras el segundo podría pasar por precisamente eso, secundario. Y esto es en realidad lo que sucede cuando justificamos la explotación de los animales: hacemos prevalecer nuestros derechos secundarios (a consumir determinados alimentos, a asistir a determinados espectáculos o a llevar a cabo determinados experimentos dolorosos) sacrificando lo que para ellos son intereses de primer orden, que truncan los aspectos más preciados para cualquiera, como la vida o el bienestar físico y emocional. Poner por encima de sus intereses básicos nuestros intereses superfluos es invertir el orden de la justicia más elemental. O, dicho de otra forma, estaríamos colocando los supuestos derechos secundarios del verdugo sobre los primarios de la víctima. Si ya de hecho constituye una aberración moral priorizar los del primero sobre los de la segunda, la naturaleza de cada uno de ellos (su carácter básico o sencillamente colateral) aporta una dosis mayor de ignominia al escenario.

EN CUALQUIER CASO, tengamos en cuenta que cuando se reivindica que los humanos “deben estar primero”, parece que se apela a un cambio, por lo que cabría interpretar que lo habitual es que se haga prevalecer a los animales sobre los humanos. Resulta evidente que ni es así ni lo ha sido nunca. Y, a la luz de toda la gama de atrocidades que el hombre comete contra ellos, se trata de una verdad dramática. Quienes tratan de llamar la atención sobre este punto parecen no querer darse cuenta de la terrible realidad que sufren a diario millones de animales en circunstancias que difícilmente pueden escapar al calificativo de “caprichosas”, por no responder a necesidades reales del grupo opresor. Los humanos “ya están primero” en relación a los animales, lo han estado siempre de manera escandalosa e inmoral. La situación actual de sus víctimas es simplemente atroz, y no parece que toda esta locura criminal vaya a cambiar de manera sustancial a corto plazo. Así las cosas, todo apunta a que la eterna demanda del “primero los humanos” es en realidad un soniquete machacón que no parte de una evaluación objetiva de la realidad que guía la relación entre la comunidad humana y el resto de especies animales. La instancia a que nosotros debemos estar por delante no se sostiene, porque de hecho es lo que sucede para vergüenza nuestra y desgracia suya.

 

FUENTE >>tu tambien eres un animal 2


 

 

 

 

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