Con la mejora de ciertas formas de explotación animal nos suelen querer convencer que el problema se resuelve en dicho ámbito. Pero a poco que pensemos en la magnitud de según qué escenarios, llegaremos fácilmente a la conclusión de que tal «arreglo» no existe ni de lejos, y que el discurso blanqueador apenas consigue eso (que desde luego no es poco para los intereses del explotador): tranquilizar conciencias, y que el negocio siga haciendo caja.
Como ejemplo nítido de lo que decimos tenemos los mataderos, donde en ocasiones se graban [de forma clandestina] escenas escalofriantes, que los inspectores de turno investigan, acaso sancionen, y ahí acaba todo.
Sobre ello reflexionamos en el artículo de opinión cuyo enlace os dejamos aquí:
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