LAS CORRIDAS DE TOROS "OFICIALES" no son sino la parte intelectualmente más vendible a la sociedad. En realidad, se trata de la punta del iceberg de toda una realidad que apenas tiene repercusión en los grandes medios informativos, salvo cuando se produce alguno de los llamados “accidentes”, en los que un humano sufre algún percance. Una infinidad de espectáculos callejeros convierten a vaquillas, novillos y demás seres bovinos en el centro de diversión de una muchedumbre enloquecida y éticamente anestesiada.
SI BIEN NUMÉRICAMENTE el montante de los animales utilizados no representa una gran porción respecto al total, se debe subrayar el carácter simbólico de estos linchamientos, en la medida en que son permitidos y auspiciados por la administración, que en muchos lugares los incluye en sus folletos turísticos como una razón más para venderse a posibles visitantes. La etiqueta de “acto cultural” ejerce un poderoso blindaje publicitario ante posibles críticas, y que los convierten en expresiones populares intocables.
LAS CORRIDAS DE TOROS se han convertido en emblema de toda una cultura, y de obscena peregrinación de toda clase de intelectuales y mandatarios. Los toros son por naturaleza seres huidizos, que sólo adoptan una postura de ataque si se ven acorralados. El entorno de la corrida resulta claramente agresivo para ellos. En realidad, la tortura ha comenzado cuando el camión de transporte les separa unos días antes (semanas en el caso de que tengan que realizar un viaje transoceánico) del único mundo que conocen, la dehesa, en la que conocen a la perfección los abrevaderos, los árboles y hasta los mayorales, de cuya mano comen sumisos. Horas de traqueteo en el transporte hace que pierdan kilos de peso. Se han dado incluso casos de muerte por colapso. El animal sale a la plaza tratando de defenderse de toda esa agresión incomprensible. La supuesta lucha entre hombre y animal queda reducida a una patética y adulterada escenificación. En los próximos veinte minutos serán clavados en cuerpo del animal todo tipo de artilugios metálicos, desde el arpón de la divisa hasta el estoque. Así, un animal vigoroso (a pesar de la manipulación fraudulenta a la que ha sido sometido) acaba convertido en un guiñapo sanguinolento muerto de sed por las hemorragias, vomitando babas y mocos, que sólo desea retirarse al burladero a descansar.
LAS CORRIDAS DE TOROS MERECEN, en un plano moral, una condena al menos tan contundente como el ahorcamiento público de ladrones o la mutilación genital femenina, y su defensa a ultranza por parte de los poderes establecidos no hacen sino convertirlas en auténticos crímenes de estado.