TENDEMOS A PENSAR QUE en los países industrializados los animales de trabajo han pasado a ser historia, pero lo cierto es que se les sigue explotando en campos como la búsqueda de droga o la ayuda a minusválidos. Estas realidades esconden una realidad menos sugerente de lo que parecen en un principio.
EN UNA PARTE SIGNIFICATIVA DEL PLANETA, los animales destinados a labores agrícolas o de transporte siguen siendo maltratados hasta la extenuación, tratados sin respeto, y no teniendo en cuenta sus más elementales derechos. Quienes los explotan suelen vivir en una pobreza extrema, pero ello no les exime de ciertas obligaciones para con ellos, al menos una consideración similar a la que exigen para sí mismos.
LA RELACIÓN ENTRE DUEÑO Y ANIMAL DE TRABAJO suele estar basado en la violencia. Latigazo para echar a andar, para parar, para indicarle girar a la derecha o para arrodillarse. Burros, elefantes, camellos o bueyes, no hay gran diferencia. Todos son sojuzgados para beneficio del hombre. Suponer que las sociedades esclavistas han sido erradicadas implica tener un concepto del fenómeno seriamente limitado.
LA IDEA CULTURAL que se tiene de algunos de estos animales les convierte directamente en seres objeto. Los burros son apaleados incluso cuando ya no sirven para acarrear pesadas cargas. Los elefantes son tratados como inmensas moles de carne sin sentimientos, creyendo que, por su dimensión, no les afecta el golpe con la barra metálica. Algunos de estos gigantones acaban con tal grado de frustración por el constante trabajo al que son obligados que, en el sudeste asiático, se han puesto en marcha algunas iniciativas para recuperarlos mediante tratamiento psicológico.
A LOS ANIMALES DE TRABAJO ni siquiera se les ofrece una "jubilación" digna. En muchos casos, cuando llega el momento de retirarlos, simplemente se llevan al matadero, se venden a bajo precio a los mozos del pueblo para una juerga final, o a personas que les seguirán explotando en números callejeros ridículos.